En una pareja de novios o de esposos, puede presentarse esta decepción cuando uno de los dos no está pendiente de los cambios sufridos por la otra persona, cambios normales que suceden al avanzar una relación, al aumentar la edad cronológica o de maduración, o cuando uno de los dos se encierra tanto en su pequeño mundo de quehaceres, que se olvida de crecer; alimenta su cuerpo pero no su espíritu. Por lo general, cuando se experimenta esta decepción, quiere decir que el encanto se rompió. Es cuando se puede situar la pareja dentro de la realidad de la vida. Dejan atrás el cuento de hadas y se enfrentarán a las cosas como realmente son. Este razonar los acontecimientos viene después del sentimiento puro, pero requiere que ambos estén dispuestos a trabajar para resolver sus problemas sin hacerse daño.
Las decepciones amorosas pueden provocar reacciones dañinas, como por ejemplo: cuando una persona se niega a tener relaciones cercanas con otra por temor a un nuevo desengaño, o por el contrario, pueden llevar a la persona a una superación propia, que no hubiera conseguido sin haber pasado por aquella pena de perder a la que creía era su pareja ideal. Las desilusiones amorosas, como todo lo humano también son temporales: en noviazgos truncados siempre existe la posibilidad de encontrar otra pareja. En el caso de los esposos, hay matrimonios que habiendo batallado para entenderse en su juventud, encuentran la paz y tranquilidad más adelante en la vida. O si en la madurez se alejaron por el trabajo o los hijos, se reencuentran más adelante cuando se quedan solos y llegan los nietos. Estos reencuentros se dan siempre y cuando exista el deseo de mejorar la relación por ambas partes. Siempre se puede aprender algo de un tropiezo, el caso es tratar de sacar los aspectos positivos que surgen en los momentos de crisis y tratar de ponerlos en práctica.
- Ángel Alejandro Ramírez
Esta publicación está dedicada a Mariannis Villalobos, fiel lectora del blog.
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